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jueves, 5 de septiembre de 2013

Sora

Una de las cosas más hermosas es poder sentarse a mirar al cielo. El sentir cómo la brisa desata tu pelo y el hilo de tus pensamientos. El volver al pasado observando las nubes. El sentir la hierba vibrar, como si bailase. Recordar dentro de lo posible otros días similares. La forma de las nubes es tan curiosa... hay de todo tipo, pero siempre te gustará más la de la forma de corazón, creo en lo más profundo de mi alma que la naturaleza desvela tus deseos más ocultos. Lo bello que debe ser recordar junto a alguien mientras observas el pasar del añil más claro que puedas imaginar. Tu imaginación se desenreda y sale a danzar entre las flores, que se mueven silenciosas sobre la superficie de la alfombra esmeralda, suave y cómoda. Tus sentidos gritan, y en la tranquilidad de la tarde los escuchas claramente. Y accedes a sus peticiones. En ese instante te das cuenta de que tu corazón no late. Y justo en ese momento, acabas de ver que no respiras. Así es, estás muerto. Y el lugar de descanso eterno no es otro que un campo elíseo en el que tus oídos no pitan y tu cabeza no sufre. Pero aún así no puedes evitar pensar en que tu corazón no volverá a moverse al ritmo de tu respiración. Aunque eso jamás puede saberse. De momento, sólo te preocupas por la tarde que se acaba y tiñe las nubes antes blancas, de un naranja y rosa delicado, que se envuelve alrededor de tus facciones, ahora de marfil. Y sólo puedes formular una frase "Soy feliz".

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