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jueves, 5 de septiembre de 2013

Cansancio y reacios a cambiar

Las multitudes te rodean de forma insistente y te aplastan. Notas su cansancio, su aura de hartazgo por la familia, el trabajo, por la vida incluso. Sin embargo, no pueden hacer nada para remediarlo todo, porque no quieren. Prefieren vivir su monótona vida día tras día, ansiando el cambio en su cabeza pero sin ser capaces de sacarlo por el camino de la confesión, que es la boca. Su mirada es gris y divagante, sus ojos dibujados por una marca violácea causada por el estrés y el sueño acumulado. Sus brazos que cuelgan como si estuviesen muertos, a ambos lados del costado. Sus manos sostienen maletines y otras manos agarran las propias. Sus pies se arrastran por el suelo de forma fatigada mientras resuenan los altavoces del metro. Las personas entran de golpe al vehículo a punto de avanzar y se aprietan uno contra otro de forma inconsciente. Seguramente alguno ha pensado en saltar a las vías. Y, entre todo el gentío estás tú, luchando por respirar. La muchedumbre sombría sigue con sus ojos inanimados, sus manos exánimes y sus debates interiores. Oyes los altavoces luchando por ver quién genera más estrépito. Posteriormente se abren las puertas y por fin puedes volver a inhalar aire fresco, puedes huir de esa infinita muestra de humanos que han decaído y no desean volver a sonreír. Te prometes que jamás caerás en ese tétrico comportamiento, aunque sabes que como toda flor, te acabarás marchitando.

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