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sábado, 14 de septiembre de 2013

Encerrada en blanco.

-¡CÁLLATE!

Una exclamación colosal rebota en las paredes blancas y aterriza en mis tímpanos. La mujer que acaba de gritar se agarra las rodillas y se tumba en el suelo, en posición fetal. Sus ojos están abiertos de par en par, asustados e indignados. Su boca se curva en una línea descendente. Su pelo está sucio y enmarca su cara, de rasgos psicóticos y afilados, en sus ojos se distingue la demencia que derrocha a su paso tambaleante. Está escuálida, según había oído su nombre era Thais y tenía unos treinta y muchos años. Había llegado a aquel cubículo haría unos dos meses y desde entonces solamente había abierto la boca para emitir notables protestas, en su mayor parte violentas con consecuencias poco satisfactorias. Sus piernas siempre se retuercen aleatoriamente. No tiene cejas, tampoco moral ni cordura. Sólo tiene su inmensa demencia que la acompaña siempre en aquella sala acolchada en el que la obligan a permanecer, encerrada, cuan ave con las alas cortadas y el pico herido. A veces levanta la cabeza, y te observa cautelosa. Antaño debió ser una mujer inteligente, pero fue entonces cuando dejó de ser normal. Me contaron la historia, que relata así:
"Ella siempre fue una mujer trabajadora y cariñosa, con un marido y unos hijos a los que quería con toda su alma. Tenía un empleo estable, como secretaria, en unas grandes oficinas que poseían desde la oscuridad a toda la ciudad con sus empresas, y éstas caían en la ignorancia. Antes de todo el problema que se originó era una mujer realmente hermosa y arreglada, su mirada siempre cautivaba a cualquier persona que decidiese mirarla directamente a los espejos del alma, literalmente, los ojos. Su vida transcurría con normalidad hasta que un día su actual superior en el trabajo la llamó a su despacho y le propuso hacer algo indecente a cambio de dinero; ella se horrorizó y manifestó inmediatamente su negativa. El hombre la agarró por los hombros y la mantuvo en el sitio mientras apresuradamente, cerraba la puerta con el cerrojo y la presionó contra una esquina del habitáculo- lo que voy a relatar a continuación me lo facilitó su anterior psicóloga, en el que relata con detalles lo que ocurrió y cómo se sintió y reaccionó, por lo tanto, en cierto modo es como si lo estuviera contando la agredida-. Empezó a tirar de la blusa de forma descontrolada, como un animal. Thais estaba muda de asombro y por dentro una marcha fúnebre se abría paso entre sus pensamientos, que revoloteaban de un lugar a otro sin orden ni razón, solamente como expresiones y temores que tomaban forma en su cabeza. Su falda plisada se deslizaba hacia el suelo, y fue entonces cuando tomó la iniciativa y empezó a patalear y a empujar a ese varón que intentaba abusar de ella. Su fuerza era débil, así que no consiguió vencerle y, cayó al suelo con él encima. Sentía la presión en las caderas y tirantez en los muslos, que hacían un esfuerzo sobrehumano por evitar su separación. Su cabeza rebotaba contra el suelo y los codos escocían, la cabeza le dolía y se demostraba con aquella presión en las sienes que se hacían presentes. Su blusa empezaba a romperse bajo las manos de aquel cerdo, y su pelo se desató y cayó en cascada sobre sus hombros, ahora desnudos. Sentía una impotencia que le carcomía las entrañas. Poco a poco, sintió cómo era violada. Y sólo cerró los ojos y empezó a llorar y a maldecir a ese ser inmoral. El agua caliente deslizaba por sus mejillas en forma de diminutas perlas de charol; olía el sudor que desprendía la bestia y los jadeos que podían escucharse justo encima de su cuerpo. Y sintió arcadas.
Cuando abrió los ojos estaba sola con una manta sobre su existencia física en la calle, bajo una farola que emanaba luz bajo las estrellas titilantes que se veían sutilmente bajo ese manto de contaminación que cubría el cielo. Sus piernas estaban doloridas y le costaba mucho andar, pero consiguió levantarse y llegar a su casa, que se encontraba lejos de su situación actual. En cuanto llegó, su marido le estaba esperando y solamente la empezó a insultar, diciéndole que ya sabía lo que había hecho, que se llevaba a los niños y que jamás volvería, "por perra". En ese momento, la mujer enloqueció y le asestó un golpe en la cabeza con un jarrón que se hallaba al alcance de su mano. Acto seguido, la mujer enloqueció y huyó, dejando a su esposo inconsciente desangrándose en el suelo."
Poco después ingresó en éste centro tras estar en un juicio por agresión y intento de asesinato, pero la declararon "persona con problemas psíquicos graves" y la mandaron aquí, donde pasa el tiempo consumando sus penas en gritos demenciales y en pagar con nosotras, las enfermeras, su desgraciada vida.

-Señorita Thais, es hora de salir al patio a pasear un ratito- Habla la chiquilla en prácticas que acaba de entrar a la habitación nívea.

Thais murmura unas quejas y deshace su posición fetal. Antes de salir, me mira directamente y puedo percibir aquella mirada hermosa y dulce que un día hizo su nido en aquella mujer, pero hoy solamente se puede distinguir la locura que se refleja en el brillo de sus ojos.

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