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domingo, 8 de septiembre de 2013

Nieve

Mientras la nieve caía detrás del cristal de forma desorganizada, mis manos estaban sobre el radiador que irradiaba un aura de calidez. Las sentía calientes, y me gustaba ponérmelas después en la cara, ya que ésta se perdía parte de la frialdad propia de los días invernales y yo me sentía a gusto. Sobre mi cama había unos cuantos libros que había estado leyendo y en el suelo había aún más, formando torres y desperdigados por el suelo. Mi cuarto parecía una gigantesca biblioteca y yo estaba feliz rodeada de palabras. Cada libro transmitía un sentimiento y una enseñanza, cosas que para mí eran tesoros. Me permitían esconderme de la crueldad del mundo real. Las historias fantásticas me transportaban y las románticas me hacían sentir; las policíacas me hacían sospechar y agudizar el ingenio y las de terror me divertían. Los libros me rodeaban, los había de todos tipos, como personas diferentes existían aunque sin llegar a tal cantidad, claro: gruesos, delgados, ásperos, suaves, viejos, nuevos... Me sentía como en casa. Las hojas me hacían sumergirme en letras que tomaban vida y las letras me hacían querer llenar hojas con ellas para crear frases y palabras. En mis ojos se reflejaba la felicidad que sentía al pasar cada página. Sorteando los libros que formaban columnas hacía el techo, iba dando brincos, cambiando de pie cada cierto período de tiempo y con cada cambio de pie me sentía más animada. Llegué a la enorme estantería que se erguía, imperiosa, y me puse de puntillas para alcanzar el único libro que quedaba entre sus baldas. Lo agarré con las puntas de los dedos y volví hacia mi sitio, feliz de haber logrado mi propósito. Me senté en la silla que estaba posicionada frente a la ventana, por donde la nieve, blanca y pura, seguía describiendo tirabuzones en el aire y tiñendo el suelo de un claro color blanco. Me puse a leer, pero al instante me asaltó una duda: "¿Cuál será la sensación de tocar la nieve con los pies?". No salía nunca, aprendía por un profesor que venía a mi hogar cuatro veces por semana y, no sin antes barajar las posibilidades, tomé una decisión. Me levanté y dejé el libro encima de mi cama, junto a otro que estaba al lado de otro libro más y así sucesivamente. Me puse un jersey, unos vaqueros gordos y unos calcetines de invierno. Me calé unas botas y limpié mis gafas para no cometer el error de caerme torpemente por las escaleras. Bajé los escalones rápidamente, con un poco de temor y me coloqué frente a la enorme puerta blanca que estaba cerrada, mirándome de manera intimidante. Arrastrada por un impulso de valor agarré el pomo, cerré los ojos y tiré hacia atrás, acción que abrió la puerta de inmediato, cosa que supe por el evidente sonido que producía al abrirse, un crujido brusco, diría exactamente. Salí corriendo mientras sentía cómo la fría nieve caía en mi cabeza y se convertía en agua, que acto seguido se deslizaba entre mi cabello para acabar haciendo que éste gotease. El leve crujido de la nieve bajo mis pies me pilló desprevenida y abrí los ojos. Lo único que vi fue un enorme paisaje blanco que decoraba las hojas de los arbustos y mojaba la tierra. Esbocé una sonrisa aún más real que las anteriores y grité: "¡Esto es mejor que incluso como lo describen en los libros!". Empecé a dar vueltas mientras el sonido sordo de la nieve demostraba que existía, justo debajo de mis botas.

2 comentarios:

  1. T-T me emociono... es muy bonito... casi soy así jajaja siempre rodeada de libros xD

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    1. Jaja a mí también me pasa. Creo que indirectamente me he inspirado en mí, vaya.

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